A dos días de la vuelta de
aquel impensado viaje a Mar del Plata, don Cristobal tenía a
Guachín listo para trabajar. Sin embargo, mi idea de probar suerte
con otro laburo quedaría trunca por un motivo de fuerza mayor: la
salud de Mary, mi madre, seguía desmejorando, al punto de tener que
suspender las vacaciones y volver a Buenos Aires en ambulancia..
Entonces tuvimos que reorganizarnos: papá estaba todo el día con
mamá en el hospital Francés, y yo lo cubría, en su negocio. Así
siguieron las cosas durante dos meses en los que mi amigauto se
portó más que bien. Ida al negocio y vuelta a casa todos los
días.. y escapadas al hospital para ver a mamá, siempre que el
tiempo acompañara.. hasta que nuestra historia escribió una de sus
páginas más tristes: tras una operación de urgencia y dos días
en terapia intensiva, mi madre fallecía a las 13:30 del 7 de abril
de 1995. Extenderme sobre el inmenso dolor que sufrimos en esos
momentos me llevaría un buen tiempo, y creo que escaparía a los
fines de este relato. Para la historia, esos meses de lucha entre mi
mamá y su destino final quedarán como un tiempo en el cual mi
amigauto cargó conmigo todo el tiempo (Y algunas veces, tambien a
mi viejo desde el hospital hasta el negocio) sin dar un sólo dolor
de cabeza*, como acompañándonos en ese difícil momento..
La historia continuó su
curso, y el dolor fue dando paso a la memoria. De común acuerdo
decidimos que papá estuviera alejado del negocio un tiempo, pero
llegó un punto -luego de casi dos meses- en el que llegué a la
conclusión de que la ausencia de mi viejo en el negocio no nos
estaba haciendo bien ni a él, ni a mí, ni a mis proyectos.. Así
que si bien los ánimos aún no estaban a pleno, lo mejor iba a ser
que cada uno siguiera con su vida sin interferir en la del otro
(Cosa que evidentemente no se estaba dando). No fue cosa fácil
acordar esto con don Adolfo, mi padre, que durante un buen tiempo
sintió que lo estaba abandonando y -fiel a su estilo- lo hacía
notar aún sin decir una palabra, pero el tiempo se encargaría de
darme la razón en esta cuestión.
Hasta entonces, aproveché
para comprar algunas cosas más pensando en el trabajo con el auto
(Un juego de apoyacabezas universal y bulones para los cinturones de
seguridad), tuve que andar de vuelta por el taller de don Cristóbal
(Esta vez, el bendix del arranque cantó el ´no va más´) y
necesité a una gestora porque aún no recibía las patentes en mi
domicilio. Los de la agencia, además de garcas, eran nabos para los
papeles según parece.. porque estaba mal hecha la baja en rentas de
la ciudad de Buenos Aires, y el alta en la provincia de Buenos Aires
(Que como todo argentino debería saber, son distritos que se llaman
igual pero en algunos aspectos son MUY distintos..). El chiste me
costó $197.- (Totalmente evitables si los chantas de Malabia y
Corrientes hubieran hecho las cosas bien de entrada) pero al menos
de ahí en adelante quedé con la conciencia tranquila, al menos en
el tema papeles de Guachín. J
Y mientras mi viejo y yo
tratábamos de seguir adelante, cada uno en su proyecto y su vida,
tuvo lugar una pequeña aventura con final poco feliz. Un fin de
semana largo de mayo decidimos ir a Mar del Plata todos juntos, pero
viajando separados. O sea, papá salió el sábado a la mañana, y a
la tarde/noche salíamos Ruben, Valeria y yo luego de cerrar los
negocios. Guachín se venía portando tan bien que durante el medio
día de trabajo pensé que sería muy lindo viajar en él a Mardel..
Pero me daba un poco de miedo la posibilidad de sufrir algún
percance en la ruta, así que decidí 'pisar' a mi Spider en alguna
ruta próxima para ver si se la bancaba. Cerré el negocio, volvimos
a casa y tras almorzar me puse a preparar el equipaje y las cosas
para Guachín. Aún no tenía estéreo mi amigauto, entonces compré
pilas para un radiograbador y salí de casa escuchando 'Toys in the
attic' de Aerosmith, linda companía para viajar.. En 1995 las
autopistas con postes SOS no eran cosa habitual, así que decidí
recorrer el denominado Camino Negro, para desembocar en la ruta 4
(Camino de cintura) y ahí hacer una suerte de prueba de velocidad y
endurance. Todo empezó bien pero duró poco.. en el tercer
semáforo del camino y tras haber llegado a unos 90 Km/h el motor de
Guachín se paró sin motivo aparente al quedar en punto muerto.
Insistí sobre su llave de contacto y arrancó antes del verde..
pero con alguna dificultad. Volvió a pararse antes del próximo
semáforo y como sucedió al poner punto muerto antes de llegar..
pude tirarme a la derecha un poco, por las dudas. Intenté
arrancarlo de vuelta.. y ahí no pude. Probé y probé hasta temer
por la carga de la batería.. mientras veía que el indicador de
temperatura subía sin escalas hasta su zona roja. Bajé del auto y
levanté el capot. Mis conocimientos de mecánica habían aumentado
un poco en un año.. pero igual estaba como perro en cancha de
bochas! Lo único que notaba de raro era que por la manguerita de
venteo goteaba muy lentamente algo parecido -en color y
consistencia- a la mezcla que se hace
para preparar café batido.. y me ponía más intranquilo aún. Un
chico de unos 10 años se acercó a nosotros, caminando desde una
gomería cercana, y preguntó que había pasado. Tras mi breve
relato y ver la extraña sustancia que manaba lentamente de la
manguerita, a boca de jarro sentenció: 'Si arranca, ponele un
máxima compresión y vendelo..' y volvió a la gomería, dejando mi
cara como un 2 de oro.. La tarde se diluía en el horizonte y
además de frío empecé a sentir una pizca de miedo. Tenía que
volver.. Entré en mi Spider tras cerrar el capot y probé arrancar.
Al tercer intento, el motor volvió a la vida.. pero su ritmo era
errático y bajo. No me iba a quedar ni un minuto más allí,
maniobré para retomar la senda inversa y emprendimos la retirada.
Temí que el motor se plantara en alguno de los semáforos del
camino, y puse el cebador para elevar el régimen del ralenti..
Guachín avanzaba penosamente por la derecha y los vehículos que
nos iban superando hacían señas con las luces. Pensé que era por
la baja velocidad a la que íbamos pero al ver un instante hacia
atrás por el espejo, tuve la respuesta.. Era por el humo que salía
de atrás!! Imaginen el cuadro en el retrovisor, la noche y las
luces de los autos empañadas por la humareda, Guachín parecía un
avioncito fumigador pero en tierra y luchando por llegar.. Pensé
rápido que si me detenía, quizás no iba a poder continuar así que
seguimos sin pausa en ese retorno que parecía interminable. Y así llegamos a
la casa de mi abuela, dejando el sofocante rastro de nuestro paso en toda la
cuadra y el garage. Entré a Guachín, que regulaba como un
moribundo, y apagué el motor. Ojalá el humo hubiera desaparecido
como el ruido, instantáneamente..! Cerré el portón y me dirigí a
casa mirando al cielo, dando gracias a mi mamá y mi abuelo por
poder llegar a lugar seguro, y presto a tomar un colectivo que me llevara hasta el negocio de
mi hermano (El punto desde donde saldríamos a Mar del Plata). Y
ahí, al final, me pude relajar, viajar tranquilo y disfrutar un
poco ese fin de semana.. aunque por momentos me invadía la duda de
qué le estaba pasando a Guachín, si sería costoso arreglarlo.. y
si arrancaría de nuevo al volver a buscarlo.